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    2019-04-29


    INTRODUCCIÓN En su estudio Mito y archivo: una teoría de la narrativa latinoamericana, Roberto González Echevarría considera que “la mayor parte de la literatura latinoamericana reciente es una ‘desescritura’ en la misma medida en que es una reescritura de la historia latinoamericana”. Las novelas latinoamericanas, bajo su perspectiva, aspiran siempre, aunque paradójicamente, bet bromodomain vehicular la verdad a través de su ficción en un intento, si no de entender la cultura a la cual pertenecen, sí de explicarla. Por su parte, es Ricardo Piglia quien en su magnífico ensayo “Tres propuestas para el nuevo milenio (y cinco dificultades)”, define sin tapujos el lugar del escritor en la sociedad: Para Piglia, al menos idealmente, la relación entre la literatura y el Estado se caracteriza por constantes fricciones. El Estado también establece sus propias historias y ficciones, aspirando a “manipular” la verdad, en tanto que la literatura, según Echevarría, no aspira a manipular la verdad a través de correlatos alternativos y opuestos a los surgidos desde el Estado, sino a ser un vehículo de ésta. En este mismo orden de ideas, Brian McHale, en un estudio sobre la ficción posmoderna, reconoce que aquellas narraciones que entremezclan “realemas” de orden histórico en el relato introducen una duda ontológica que es, en todo caso, el sostén de cualquier obra de carácter literario: la ficción histórica, entonces, comienza a tomar tintes “históricamente reales” para el lector y los límites entre lo que reconoce como histórico se diluye con la propia realidad que aborda la ficción. Lo anterior, visto desde la teoría de la recepción, nos pone ante un concepto que parecería un oxímoron, pero en realidad engloba la discusión que abordaremos a continuación respecto a la novela Agosto (1990) de Rubem Fonseca: el carácter ficcional de la verdad. Considerándolo de esta forma, cuando en una obra ficcional como la que comentamos, se imita el discurso historiográfico, e incluso antropológico, nos encontramos ante dos movimientos: En este mismo orden de ideas, Brian McHale comenta que: Pons señala: Con esto, Pons reconoce que las novelas históricas contemporáneas de la región “no sólo plantean el problema de incluir en la reescritura de la historia lo excluido, lo silenciado, olvidado y reprimido por y en la historia, sino que el pasado se recuerde desde los márgenes, desde los límites, desde la exclusión misma.” De esta forma, mientras en la construcción del discurso historiográfico se parte de una premisa de “veracidad”, en la literatura se parte de la “verosimilitud”. Los hechos a los que recurre el historiador para proponer un discurso historiográfico tienen que ser por fuerza “veraces”, comprobables de alguna forma, en tanto que el escritor solamente responde al principio de verosimilitud y la eficacia de su texto es juzgada por el lector a colonial partir de este principio. Por ello, Ricardo Piglia utiliza en su definición dos términos que llaman la atención para este análisis: el autor es, en todo caso, un “detective” en busca de la “historia”.
    Las palabras de Piglia permiten comentar una obra fundamental de la narrativa brasileña del siglo xx, considerada como un “híbrido” entre novela policíaca y novela histórica: Agosto, publicada en Brasil en 1990, del escritor mineiro Rubem Fonseca quien, para Anelise Felipina Kehl: Desde un punto de vista canónico, no hay nada más marginal que narrar la historia con los ritmos de un relato policíaco, como hace Fonseca en Agosto. Sin profundizar demasiado en una discusión sobre el género negro, no es un secreto para nadie que éste ha demorado bastante en obtener la venia de la crítica literaria al ser considerado un género de muy poco alcance narrativo e incluso estético. bet bromodomain Sin embargo, como bien reconoce Mempo Giardinelli: Si acotamos la consideración de Giardinelli a la obra de Rubem Fonseca no estaríamos ante un secreto, es por muchos conocida la forma en la que este autor ha tratado estos temas desde su primer libro de cuentos Los prisioneros, publicado en 1963. Sin embargo, si pensamos en estos valores de la novela policíaca al compás de una novela histórica, las conclusiones pueden ser muy distintas. Es bastante común encontrar en diversas reseñas, consideraciones sobre la cualidad dual de esta novela, pero muy pocas veces se hace mención sobre la forma en la que un relato conlleva al otro, lo antecede, y lo magnifica: ésa es la intención del presente trabajo. En México, esta novela fue publicada por primera y única vez en 1993, con varias reimpresiones, por Cal y Arena; con una traducción —bastante descuidada, por cierto— de Benjamín Rocha. Sin embargo, a pesar de que el autor se ha ganado con el tiempo su lugar en el gusto de muchos lectores mexicanos, Agosto no suele ser citada en su lista de lecturas preferidas, al menos no como sus cuentos, ya que ésta no contiene una trama fácilmente accesible para el público de nuestro país: se aleja de los intereses del lector mexicano debido a una apabullante relación —el archivo dentro de la novela, que bien explica Echevarría en el libro ya citado— de hechos y cohechos, nombres y apellidos, fechas y locaciones, de un mes clave en la historia contemporánea de Brasil: agosto de 1954.